El 25 de mayo de 1810 todavía faltaba mucho para que Rosario sea ciudad. Aunque ya desde hacía un largo tiempo venía forjando el camino de su crecimiento.
La noticia de los acontecimientos ocurridos en Buenos Aires durante la Semana de Mayo llegó a Rosario con harta demora. Si bien el teniente gobernador Prudencio María Gastañaduy la recibió el 5 de junio, parece no haberle importado mucho comunicarla con los vecinos de la Capilla del Rosario, ni a los habitantes más próximos, de Coronda.
Al quedar instalado el primer gobierno patrio, el cabildo de Buenos Aires, con discutible derecho, fijó normas para la elección de diputados al congreso general: en cada ciudad, debía convocarse por medio de esquelas “a la parte principal y más sana del vecindario” y tan sólo los así invitados tendrían voto.
Al llegar a Santa fe la circular el 5 de junio, surgieron dificultades porque los vecinos de tal ciudad no estaban catalogados oficialmente en principales y secundarios, ni había base para proceder a tal clasificación.
Así fue que Gastañaduy convocó a una reunión de vecinos de Santa Fe para elegir al diputado que debía representarla en el Congreso General que tendría por sede la capital del Virreinato, y sólo cuando se desocuparon sus escribientes, se decidió a participar los trascendentes sucesos.
La Rosario de entonces se enteró del movimiento que conmovió hondamente la fibra patriótica, recién el 15 de junio. Tres días más tarde, el párroco de Rosario, doctor Julián Navarro, escribió al presidente de la Junta expresándole ardientes felicitaciones por la instauración del nuevo gobierno.
Mientras tanto en Santa Fe no había podido designarse al diputado, porque, antes de iniciarse la elección en la Sala Capitular del Cabildo, se produjo un serio incidente por haberse otorgado al joven José Elías Galisteo un asiento preferente en razón de su grado universitario. La distinción provocó las iras de “los Padres que han sido de esta República”, quienes, a través de la palabra de don Juan Francisco Tarragona, expresaron su protesta y obtuvieron el levantamiento de la asamblea.
Tarragona y otros dieciocho vecinos escribiero a la Junta para señalar los nombres de los ex regidores y personas principales no invitadas, y anotar los de los jóvenes que, pese a caracterizarse por su “facilidad reflexiva”, lo habían sido.
La respuesta, dada por mano de Mariano Moreno, fue que se citara a todos los vecinos de la ciudad sin distinguir entre casados y solteros, que omitiesen etiquetas o preferencias en los asientos y que se procurase armonía en la elección, desechando todo espíritu de partido que se opusiese a la felicidad pública.
Pudo por fin reunirse la asamblea el 9 de julio de 1810, con la presencia de cinco cabildantes y setentas vecinos, y elegir el diputado, quien fue don Juan Francisco Tarragona.
El representante santafesino prestó juramento de fidelidad al rey y legítimos sucesores, y dio una proclama a sus mandantes, sin olvidar a los “amados compatriotas, moradores del majestuoso Paraná, habitantes de Coronda y el Rosario”.
De ese modo, sobre los doce mil habitantes que acaso tuviese la provincia en aquel momento, tan sólo setenta y tantos vecinos de la ciudad asiento del Cabildo (Santa Fe) asumieron carácter de electores.
Las personas de Rosario, Coronda y otras localidades no fueron oídas, ni noticiadas con tiempo de lo que iba a hacerse; y nadie pareció advertir en ello defecto susceptible de viciar la elección de diputado, o retar a éste títulos como representante de voluntad popular.
Tan escasa importancia política se le asignaba a Rosario, que sólo después de fracasado en Santa Fe el cabildo abierto del 9 de junio, logró Gastañaduy disponer del tiempo necesario para hacer saber al alcalde de Hermandad rosarino las novedades de instalación de junta central y demás cambios de gobierno operados el 25 de mayo.
Tal omisión no privaría a los habitantes de la Capilla del Rosario de ofrecer su contribución desinteresada y generosa a la naciente causa de la libertad. Demás está decir la importancia que después tuvo Rosario, entre el 25 de mayo de 1810 y el 27 de febrero de 1812, o hasta el combate de San Lorenzo en 1813. El resto es historia.